lunes, 19 de noviembre de 2012

¿Cómo están ustedeeeeees?

Siempre he creído que la canción era 'La Gallina Turuleta' y hace unos años me enteré de que era Turuleca... pero cantaba la canción igual, fuera de un modo o de otro. La merienda era especial si esa tarde salían por la tarde los payasos en la tele. Primero fue Fofó, luego Gaby y ahora Miliki. Se fueron. De los tres, el mío era Miliki. Como si fueran los tres Reyes Magos, que uno siempre tiene su favorito. Pues el mío era él. Crecí, poco, con Miliki y los payasos del Gran Circo de TVE, luego, los Payasos de la Tele... Y estaba Fofito y luego Milikito... Pero Miliki era especial. Sencillo. Tierno. Payaso. Pero por encima de todo, era un hombre bueno.

jueves, 8 de noviembre de 2012

Palabras propias y ajenas

Hasta pronto Félix

En agosto de 2005, después de que este escribiente pasara un verano muy complicado, me llama Santi Otero y me dice: "Félix es el pregonero de su pueblo en las fiestas. Me dice que no sabe como hacer el pregón, le he dicho que tú podrías echarle una mano".
No podía negarme porque era Félix y porque nuestro amigo común Santi Otero, otro tipo grande grande, hizo posible la colaboración de ambos. Entendió Santi algo que le enseñó Félix, que aquí estamos para echarnos una mano por mucho que no lo quiera reconcer porque es así de testarudo. "Tú le echas una mano a él y Félix te pasará fotos"; así de sencillo.
Así lo hicimos y el resultado del trabajo conjunto de los tres fue este: (no hace falta que lo leas, sólo que sirva de metáfora para alabar la amistad). Santi era (es) la mano derecha, el pie, el brazo y muchas cosas más de Félix y de Ricardo. Y él hizo posible el milagro.Ah, Félix, dejas unos testigos muy buenos en todos los aspectos, que lo sepas.

"Estimadas autoridades, querido alcalde, vecinos de Valdorros, amigos y amigas todos. Es un honor para mí ejercer de pregonero en estas fiestas del que considero mi pueblo. Sabéis que lo mío no es la palabra, más bien reflejar sin ellas, con imágenes, lo que ocurre en lo cotidiano. Por eso quiero que me ayudéis en este momento. En esto que yo voy a contaros, quiero que seáis vosotros quienes lo hagáis realidad con el pensamiento.


Para mí es fácil hablar de vosotros, de la gente, de las personas. En una sociedad en la que cada uno va  a lo suyo, en un mundo lleno de injusticias en el que unos sufren para que otros triunfen, es una bendición acercarse hasta Valdorros para comprender que es sencillo convivir; que en la ayuda mutua está el verdadero triunfo de la condición humana y que con una palabra de siete letras se define todo: amistad. Incluso reduciéndola a cuatro: amor.

Una de las mejores maneras de manifestar la amistad, el amor y la concordia es la fiesta. Y en eso tenemos suerte, Valdorros está de fiesta… y grande. Y quiero tener un recuerdo para los que ya no están con nosotros y un saludo para los nuevos vecinos y amigos. Esta tierra siempre ha sido productiva, como sus paisanos. Gente que ha trabajado la tierra, regada con sudor y abonada con mucho amor. Personas que han convertido el entorno en un lugar especial, lleno magia que hemos heredado. Valdorros se encuentra a mitad de camino entre el núcleo rural y el nuevo pueblo al que acuden familias jóvenes con sus retoños que harán renacer la vida que en otro tiempo tuvo la villa.
Pero ahora, lo más importante es la fiesta. Que a partir de hoy comience, también para nosotros, un tiempo de oro; una semana mágica en la que veamos resueltos todos nuestros anhelos, en la que seamos plenamente felices. No podremos renunciar a las palabras "tuyo" y "mío"; porque ya no sabríamos vivir sin ellas; pero sí que podremos compartir algo de nuestro tiempo y podremos compartir toda nuestra pasión de villarrubieros, nuestra pasión por la Virgen de la Sierra.
También podremos contagiar nuestra alegría, brindar nuestro apoyo a los que no han podido aparcar por unos días sus afanes, sus preocupaciones. Pero, sobre todo, esta semana tenemos que sentirnos más próximos, más dispuestos a ser solidarios que el resto del año, y tenemos que sentir el deseo de un pueblo que quiere vivir en paz, que quiere vivir mejor. Divertirse sanamente ya es empezar a vivir mejor; es hacernos bien a nosotros, es hacerle bien al pueblo. Felices fiestas. ¡Viva Valdorros. Viva la fiesta!"

martes, 30 de octubre de 2012

Palabras ajenas III

Serendipia de otoño

Te he dejado la puerta 
abierta
para que pases sin
llamar.

Y desde el dintel
te veo bajar 
las escaleras.

Metáfora pálida de otoño.

lunes, 22 de octubre de 2012

Palabras ajenas II


(Sobre una idea de Rubén Darío)

Y su madre se pregunta…

Y su madre se pregunta:
“¿Cómo no tienes la piel tostada como yo?”.
  Y la respuesta se la dio la Luna:
 “No puede ser de otra forma que su pelo
sea oro, si en tu nombre nacen flores
pintadas por el calor del Sol”.

jueves, 16 de agosto de 2012

Palabras ajenas



Versos sueltos para una niña inquieta, de nanas, estrellas y silencios

Inquieta susurras con la mirada. Te canto
  nanas de luna que acunan las
    estrellas que haces brillar en un
      silencio que enmudece.





 (La foto la hizo su padre, un tipo muy grande)

domingo, 8 de julio de 2012

Cuentos de verdad


YA NO ME SIRVES

NO HAY SITIO PARA MÁS. Esta frase era ya habitual oírla cada mañana. “Ya no hay sitio para más”, repitió cansino el capataz. Las más de cien personas que estaban esperando entrar aguardando durante horas, tomaron el camino de regreso a no se sabe dónde. Ella agarró su bolsa, se la puso en bandolera y abandonó la puerta de fábrica. Es una escena propia del siglo XIX o principios del XX cuando en plena crisis de todo, el dueño de la fábrica congregaba como corderitos a los obreros que querían obtener un puesto de trabajo para obtener con ello el sustento.
O mucho cambia la sociedad o nos veremos en una situación similar en muy poco tiempo. El trabajo no puede pasar de ser un derecho a un lujo. Y que el trabajo sea decente… eso es ya una quimera, tampoco; sobre todo en los de menos cualificación. Y en los de más, en algunos casos, también. He compartido esta semana una de esas situaciones de precariedad que me han dejado inquieto, desasosegado y defraudado. He visto como hay algunas personas que presumen de una profesionalidad que no tienen, de una moralidad de la que adolecen y que alardean encima una falta de respeto hacia la persona trabajadora que me repele. Y todo ello aderezado y acentuado por una legislación que desampara a quien no tiene la culpa de lo que pasa. Porque al final quien paga el pato es, de manera injusta, el último eslabón de la cadena, el más barato aunque haya sido el más productivo o el que más ha dado por algo, que en el fondo, el que engarza la cadena no se mereció nunca. Y hala, a la calle por cuatro euros. No me sirves ya. Te he utilizado durante cinco años y ahora te tiro a esa gran papelera en la que ya se chocan, unos con otros, cinco millones de ‘gurruños’ de papel.
Me resisto a pensar que somos mercancía de usar y tirar y me resisto a creer que no hay un futuro mejor para todos. Que la cosa está mal, sí, pero vamos a levantar la cabeza y remar juntos que hay vida más allá del hasta luego.

martes, 3 de abril de 2012

Cuentos propios (VII)


39 escalones

El miedo se apoderó de mí en un instante. Fue cruzar el umbral de aquel pórtico y sentir un escalofrío que taladró mi columna vertebral desde los riñones hasta el occipital. Nunca otra vez había sentido algo parecido. Era un miedo extraño porque, al mismo tiempo que el terror se comía los tuétanos de mis huesos, una extraña sensación me atría como un imán imaginario hacia el interior de esa vieja iglesia en ruinas. Piedras blancas y restos de las viejas maderas que compusieron la techumbre eran el único panorama delante de mis ojos.
Eso y la escalera de caracol que subía hacia lo alto de la torre. Sin saber cómo todavía, mis pies empezaron a subir, uno a uno, los 39 escalones. No sé como mi cabeza empezó a maquinar y de repente me llegó la imagen de los 39 latigazos a Cristo en el patio del tribunal que le condenó.
Al llegar a lo más alto tuve que apoyarme en la pared para no caer por el vano que se abría al norte. Un frío espectral me recorrió… y no recuerdo más.
Cuando abrí los ojos sólo vi el último escalón. El 39. Nadie fue capaz de decirme que sí caí al vacío por aquel vano que daba al norte; pero tampoco que en aquel escalón 39 un alma buena me rescató de la muerte.
Tiempo después volví a aquella ruina y a aquella torre y a ver aquella escalera de caracol. Y ascendí de nuevo los 39 escalones. Al llegar al último algo llamó mi atención. No era de piedra como los demás. Era una losa de mármol blanco con mi nombre, mi fecha de nacimiento y la fecha de mi muerte.




Me he prometido no volver allí. Ahora sé cuando voy a morir., aunque... quizá ya esté muerto.

martes, 7 de febrero de 2012

Cuentos propios (VI)

Zooántropo

Intentó hablar, pronunciar cualquier palabra, pero no pudo.Sólo salía de su garganta una especie de lamento a mitad de camino entre una 'a' y una 'u', que ni él mismo podía descifrar.
Estaba frente a la verja oxidada de algo parecido a un parque pues oía el ulular del viento entre las ramas de unos viejos cipreses, pero la oscuridad no le dejaba ver más allá de esa vieja puerta de hierro cincelada y adornada con volutas rococós. Al menos eso parecía al tacto porque la noche le envolvió en una vorágine de ruidos y sueños que quedaron enredados en los alambre de espino que partían de la puerta.
Lo intentó de nuevo 'aaaa' 'uuuu'. Nada. Impsible.
Al fondo una luz anaranjada parecía salir del horizonte, como queriendo liberarse de la opresión maldita del dios de la oscuridad. Y a medida que crecía la luz sus articulaciones perdían la frescura y la sensiblidad. La luz se tornaba amarillenta y él notaba su piel más áspera, rugosa, endurecida.
El viento agitaba con más fuerza las ramas de los árboles. La luz se hizo intensa y coronó el cielo. Al mirar al horizonte, a través de la verja, vio su propia tumba. La luz le cegó y por fin pudo soltar el grito que su garganta había ahogado durante horas. ¡Auuuuuuuuuuuuuuuu!

miércoles, 4 de enero de 2012

Cuentos propios (V)

Doce campanadas

Se me caían los ojos de sueño. En realidad no era sueño, puede ser que fuera aburrimiento. Por la autopista no circulaba nadie. ¿Quién va a hacerlo en Nochevieja? El viejo transistor a pilas que tenía en la cabina del peaje voceaba que quedaban unos minutos para las campanadas. 2013 estaba a punto de llegar.
La niebla era tan espesa que se podía cortar. Apenas, desde mi aposento, podía ver la entrada de la autopista. De repente, a lo lejos vi reflejarse los faros de un coche. Me puse alerta, debía de salir por mi peaje. Estire la espalda al mismo tiempo que veía avanzar dos potentes focos que se acercaban a la garita. Era un viejo Renault 8. ¿Quién viaja hoy en un R8 de hace 35 años?, mascullé.
Traía la música muy alta. Se podía escuchar desde mi posición. El conductor bajó la ventanilla. Me asusté. Su rostro estaba desfigurado. Parecía tener una máscara de cera que se derretía poco a poco. Con voz ronca se dirigio a mí:
 - ¡Qué noche tan horrorosa, amigo!, me dijo extendiendo un billete de 20 euros.
Sin saber qué decir, asentí con la cabeza y le alcancé las vueltas hasta completar los 9,30 euros del importe. Oí la primera campanada.
- Llega el año nuevo, amigo. Que tenga buena noche. -Me dijo con ese ronco acento con el que me hablaba.
Al extender la mano para entregarle el cambio, me agarró por la muñeca de la mano izquierda y hábilmente ató una cuerda a mi brazo. Angustiado oía campanada tras campanada. El hombre desfigurado cerró la ventanilla por la que sobresalía la cuerda con la que me había atado. Yo ya había abierto la barrera del peaje y salió a toda velocidad  mientras la cuerda iba dejando hilo y más hilo atada a mi mano izquierda. Grité todo lo que pude, pedí socorro, nadie me oía. Ocho, nueve campañadas... mis sollozos eran eternos.
-¡No! ¡No! ¡No quiero morir!..... La niebla me envolvía.... Diez, once campanadas....
Doce campanadas.