martes, 7 de febrero de 2012

Cuentos propios (VI)

Zooántropo

Intentó hablar, pronunciar cualquier palabra, pero no pudo.Sólo salía de su garganta una especie de lamento a mitad de camino entre una 'a' y una 'u', que ni él mismo podía descifrar.
Estaba frente a la verja oxidada de algo parecido a un parque pues oía el ulular del viento entre las ramas de unos viejos cipreses, pero la oscuridad no le dejaba ver más allá de esa vieja puerta de hierro cincelada y adornada con volutas rococós. Al menos eso parecía al tacto porque la noche le envolvió en una vorágine de ruidos y sueños que quedaron enredados en los alambre de espino que partían de la puerta.
Lo intentó de nuevo 'aaaa' 'uuuu'. Nada. Impsible.
Al fondo una luz anaranjada parecía salir del horizonte, como queriendo liberarse de la opresión maldita del dios de la oscuridad. Y a medida que crecía la luz sus articulaciones perdían la frescura y la sensiblidad. La luz se tornaba amarillenta y él notaba su piel más áspera, rugosa, endurecida.
El viento agitaba con más fuerza las ramas de los árboles. La luz se hizo intensa y coronó el cielo. Al mirar al horizonte, a través de la verja, vio su propia tumba. La luz le cegó y por fin pudo soltar el grito que su garganta había ahogado durante horas. ¡Auuuuuuuuuuuuuuuu!

2 comentarios:

  1. Un cuento ajeno que me ha contado un jubilado muy activo...

    La gente que todavía trabaja me pregunta a menudo que qué hago diariamente, ahora que estoy retirado...

    Pues bien, por ejemplo, el otro día fui a Madrid y entré en el edificio de usos múltiples de la calle Alcalá para presentar una documentación; sin tardar en la gestión ni cinco minutos.

    Cuando salí, un Policía Local estaba poniendo una infracción por estacionamiento prohibido. Rápidamente me acerqué a él y le dije: ¡Vaya hombre, no he tardado ni cinco minutos...!

    Dios le recompensaría si hiciera un pequeño gesto para con un jubilado...

    Me ignoró olímpicamente y continuó rellenando la infracción.

    La verdad es que me pasé un poco y le dije que no tenía vergüenza.

    Me miró fríamente y empezó a llenar otra infracción alegando que, además, el vehículo no tenía la pegatina de la ITV. Entonces levanté la voz para decirle que me había percatado de que estaba tratando con un cabrón, que le habían dejado entrar en la Policia porque no servía para otra cosa...

    Él acabó con la segunda infracción, la colocó debajo del limpiaparabrisas, y empezó con una tercera. No me achiqué y estuve así durante unos 20 minutos llamándole de todo, desde “sieso gilipollas”, hasta h. de p...... Él, a cada insulto, respondía con una nueva infracción. Con cada infracción que llenaba, se le dibujaba un sonrisa que reflejaba la satisfacción de la venganza...

    Después de la enésima infracción... le dije: Lo tengo que dejar, porque…

    ¡Ahí viene mi autobús!

    Desde mi jubilación, ensayo cada día cómo divertirme un poco.

    Es importante hacer algo a mi edad, para no aburrirme.

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