39 escalones
El miedo se apoderó de mí en un instante. Fue cruzar el umbral de aquel pórtico y sentir un escalofrío que taladró mi columna vertebral desde los riñones hasta el occipital. Nunca otra vez había sentido algo parecido. Era un miedo extraño porque, al mismo tiempo que el terror se comía los tuétanos de mis huesos, una extraña sensación me atría como un imán imaginario hacia el interior de esa vieja iglesia en ruinas. Piedras blancas y restos de las viejas maderas que compusieron la techumbre eran el único panorama delante de mis ojos.
Eso y la escalera de caracol que subía hacia lo alto de la
torre. Sin saber cómo todavía, mis pies empezaron a subir, uno a uno, los 39
escalones. No sé como mi cabeza empezó a maquinar y de repente me llegó la
imagen de los 39 latigazos a Cristo en el patio del tribunal que le condenó.
Al llegar a lo más alto tuve que apoyarme en la pared para
no caer por el vano que se abría al norte. Un frío espectral me recorrió… y no
recuerdo más.
Cuando abrí los ojos sólo vi el último escalón. El 39. Nadie
fue capaz de decirme que sí caí al vacío por aquel vano que daba al norte; pero
tampoco que en aquel escalón 39 un alma buena me rescató de la muerte.
Tiempo después volví a aquella ruina y a aquella torre y a
ver aquella escalera de caracol. Y ascendí de nuevo los 39 escalones. Al llegar
al último algo llamó mi atención. No era de piedra como los demás. Era una losa
de mármol blanco con mi nombre, mi fecha de nacimiento y la fecha de mi muerte.
Me he prometido no volver allí. Ahora sé cuando voy a morir., aunque... quizá ya esté muerto.
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