Cuando el velo del cielo es gris, basta un poco de luz para abrir dos huecos en la gran nube. Mientras tanto, la carretera de la vida sigue su curso sin preocuparse ni entender, ni de tinieblas ni de claridades.
Nada es vano. Todo ocurre por algo. Esa luz que rompe la nube es pasajera; es probable que ya ni exista, pero mientras vivió fue placentera, dulce y fácil de contemplar.
Haces de luz hechos de miles de pequeños rayos que se entretejen entre sí; que se rebozan en la llama de ese sol tímido que se esconde no sé tras de qué luna creciente de un verano que agoniza.
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