lunes, 21 de febrero de 2011

Cuentos ajenos (VII)


El reloj incompleto

El reloj de pared de la casa de mi abuela sólo era capaz de hacer ‘tic’. El ‘tac’ siguiente ya ni se oía. Y tampoco era tan viejo aquel artefacto. De niño me quedaba mirándolo horas y horas. Sus números romanos; su péndulo y la ranura ovalada con la que se le daba cuerda. Ni con todo el carrete completo era capaz de hacer ‘tac’.
Su armazón de madera oscura era la caja de resonancia perfecta. Pero yo era incapaz de adivinar porqué había dejado de hacer ‘tac’. En realidad, nadie sabía por qué; creo que el único que lo sabía era él. Y es que el péndulo tenía claro que debía ir de un lado para otro. Y las agujas, también conocían que debían recorrer toda la circunferencia del reloj.
El caso es que todo parecía estar en orden, pero no. Faltaba el ‘tac’ definitivo que cerrara el sonido perfecto del reloj.
En ocasiones, a las personas, nos falta el ‘tac’ definitivo que cierre nuestro sonido perfecto. Todo parece que funciona, como el péndulo del reloj o sus manecillas; incluso hasta nos suena el ‘tic’ inicial. Pero nos falta el ‘tac’. Cada uno tiene el suyo y hasta que no suene, dejaremos algo incompleto.

(Versión libre de otro cuento ajeno)

domingo, 13 de febrero de 2011

Cuentos ajenos (VI)

Le preguntó en cierta ocasión el joven aprendiz al maestro:
Maestro, ¿seré feliz?
El mentor respondo: Sí, feliz a ratos. Porque para conquistar la felicidad hay que vivir, a ratos, también la tristeza.
Pero el joven no quedó satisfecho con la respuesta y volvió a preguntarle: Pero maestro, ¿no dices que el fin de hombre es ser feliz? Yo quiero tener la felicidad completa, dijo con aires de soberbia.
El maestro sonrió. Dejó que su aprendiz relajara su humor y le replicó: ¿Has visto ese olivo que nos mira desde el patio? Tiene más de cien años. ¿Ves su tronco retorcido? Es síntoma de su madurez como ser vivo. Está sano y nos regala la vista con su porte. Le costó arraigar en el suelo; ha pasado cien inviernos sin perder la hoja en apariencia; pero ha mudado cien veces y cien veces ha renacido. Así es la felicidad, mudaremos cientos, miles de veces nuestros pesares que se convertirán, cien, mil veces, en proyectos de futuro; ahí está la felicidad, en la dicha de emprender siempre algo nuevo.