El teatro y el niño

Cuando la gente, el público, se enteró, mostró su disconformidad. Está claro, “yo he pagado para ver a los mejores actores”, decían.
El hizo lo que pudo, pero cuando terminó la obra, nadie le aplaudió. A punto estuvieron sus lágrimas de inundar su alma y hacer evidente su decepción.
De repente, una voz chillona salió del patio de butacas en mitad del silencio:¡¡Bravo papa, bravo papa. Lo hiciste muy bien!!
Era la voz tierna de su hijo de seis años que, sentado con su madre, le estaba aplaudiendo. La gente se conmovió tanto que se pusieron de pie y le aplaudieron.
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