YA NO ME SIRVES
NO HAY SITIO PARA MÁS. Esta frase era ya habitual oírla cada
mañana. “Ya no hay sitio para más”, repitió cansino el capataz. Las más de cien
personas que estaban esperando entrar aguardando durante horas, tomaron el
camino de regreso a no se sabe dónde. Ella agarró su bolsa, se la puso en
bandolera y abandonó la puerta de fábrica. Es una escena propia del siglo XIX o
principios del XX cuando en plena crisis de todo, el dueño de la fábrica
congregaba como corderitos a los obreros que querían obtener un puesto de
trabajo para obtener con ello el sustento.
O mucho cambia la sociedad o nos veremos en una situación
similar en muy poco tiempo. El trabajo no puede pasar de ser un derecho a un
lujo. Y que el trabajo sea decente… eso es ya una quimera, tampoco; sobre todo
en los de menos cualificación. Y en los de más, en algunos casos, también. He
compartido esta semana una de esas situaciones de precariedad que me han dejado
inquieto, desasosegado y defraudado. He visto como hay algunas personas que
presumen de una profesionalidad que no tienen, de una moralidad de la que
adolecen y que alardean encima una falta de respeto hacia la persona
trabajadora que me repele. Y todo ello aderezado y acentuado por una legislación
que desampara a quien no tiene la culpa de lo que pasa. Porque al final quien
paga el pato es, de manera injusta, el último eslabón de la cadena, el más
barato aunque haya sido el más productivo o el que más ha dado por algo, que en
el fondo, el que engarza la cadena no se mereció nunca. Y hala, a la calle por
cuatro euros. No me sirves ya. Te he utilizado durante cinco años y ahora te
tiro a esa gran papelera en la que ya se chocan, unos con otros, cinco millones
de ‘gurruños’ de papel.
Me resisto a pensar que somos mercancía de usar y tirar y me
resisto a creer que no hay un futuro mejor para todos. Que la cosa está mal,
sí, pero vamos a levantar la cabeza y remar juntos que hay vida más allá del
hasta luego.