domingo, 8 de julio de 2012

Cuentos de verdad


YA NO ME SIRVES

NO HAY SITIO PARA MÁS. Esta frase era ya habitual oírla cada mañana. “Ya no hay sitio para más”, repitió cansino el capataz. Las más de cien personas que estaban esperando entrar aguardando durante horas, tomaron el camino de regreso a no se sabe dónde. Ella agarró su bolsa, se la puso en bandolera y abandonó la puerta de fábrica. Es una escena propia del siglo XIX o principios del XX cuando en plena crisis de todo, el dueño de la fábrica congregaba como corderitos a los obreros que querían obtener un puesto de trabajo para obtener con ello el sustento.
O mucho cambia la sociedad o nos veremos en una situación similar en muy poco tiempo. El trabajo no puede pasar de ser un derecho a un lujo. Y que el trabajo sea decente… eso es ya una quimera, tampoco; sobre todo en los de menos cualificación. Y en los de más, en algunos casos, también. He compartido esta semana una de esas situaciones de precariedad que me han dejado inquieto, desasosegado y defraudado. He visto como hay algunas personas que presumen de una profesionalidad que no tienen, de una moralidad de la que adolecen y que alardean encima una falta de respeto hacia la persona trabajadora que me repele. Y todo ello aderezado y acentuado por una legislación que desampara a quien no tiene la culpa de lo que pasa. Porque al final quien paga el pato es, de manera injusta, el último eslabón de la cadena, el más barato aunque haya sido el más productivo o el que más ha dado por algo, que en el fondo, el que engarza la cadena no se mereció nunca. Y hala, a la calle por cuatro euros. No me sirves ya. Te he utilizado durante cinco años y ahora te tiro a esa gran papelera en la que ya se chocan, unos con otros, cinco millones de ‘gurruños’ de papel.
Me resisto a pensar que somos mercancía de usar y tirar y me resisto a creer que no hay un futuro mejor para todos. Que la cosa está mal, sí, pero vamos a levantar la cabeza y remar juntos que hay vida más allá del hasta luego.