Doce campanadas
Se me caían los ojos de sueño. En realidad no era sueño, puede ser que fuera aburrimiento. Por la autopista no circulaba nadie. ¿Quién va a hacerlo en Nochevieja? El viejo transistor a pilas que tenía en la cabina del peaje voceaba que quedaban unos minutos para las campanadas. 2013 estaba a punto de llegar.
La niebla era tan espesa que se podía cortar. Apenas, desde mi aposento, podía ver la entrada de la autopista. De repente, a lo lejos vi reflejarse los faros de un coche. Me puse alerta, debía de salir por mi peaje. Estire la espalda al mismo tiempo que veía avanzar dos potentes focos que se acercaban a la garita. Era un viejo Renault 8. ¿Quién viaja hoy en un R8 de hace 35 años?, mascullé.
Traía la música muy alta. Se podía escuchar desde mi posición. El conductor bajó la ventanilla. Me asusté. Su rostro estaba desfigurado. Parecía tener una máscara de cera que se derretía poco a poco. Con voz ronca se dirigio a mí:
- ¡Qué noche tan horrorosa, amigo!, me dijo extendiendo un billete de 20 euros.
Sin saber qué decir, asentí con la cabeza y le alcancé las vueltas hasta completar los 9,30 euros del importe. Oí la primera campanada.
- Llega el año nuevo, amigo. Que tenga buena noche. -Me dijo con ese ronco acento con el que me hablaba.
Al extender la mano para entregarle el cambio, me agarró por la muñeca de la mano izquierda y hábilmente ató una cuerda a mi brazo. Angustiado oía campanada tras campanada. El hombre desfigurado cerró la ventanilla por la que sobresalía la cuerda con la que me había atado. Yo ya había abierto la barrera del peaje y salió a toda velocidad mientras la cuerda iba dejando hilo y más hilo atada a mi mano izquierda. Grité todo lo que pude, pedí socorro, nadie me oía. Ocho, nueve campañadas... mis sollozos eran eternos.
-¡No! ¡No! ¡No quiero morir!..... La niebla me envolvía.... Diez, once campanadas....
Doce campanadas.